viernes, 7 de mayo de 2010

Sinfonía de mi barrio

por Leandro Palazzo

Me levanté apurado, luego de que mi despertador habitual se averiara la noche anterior justo minutos antes de que cerrara mis ojos. Por milagro de la biología, mi cuerpo impidió que quedara dormido un día tan espectacular como el que estaba amaneciendo. Además de mi reloj interno, creo que también debo agradecerle mi despertar oportuno al barrio en donde vivo.

Toda mi vida viví en un barrio, en Bernal, provincia de Buenos Aires. Describirlo me resultó interesante en más de una oportunidad, pero a su vez me representó una tarea sumamente difícil. Es complicado escribir sobre un barrio, que permanentemente está cambiando, y ser original en la manera de contarlo. Nunca podrá imaginarse quién lea, cómo verdaderamente son estas callecitas con barrancas. Mucho menos si jamás visitó esta zona que combina majestuosas casas de dos o tres pisos con chicos jugando a la pelota en la plaza usando sus guardapolvos para señalar los arcos.

Despertar apurado impide que nos percatemos, quienes vivimos aquí, de los maravillosos conciertos que ofrecen todas las mañanas miles de pájaros. Apostados en sus escenarios modestamente confeccionados en la cima de las frondosas copas de los árboles brindan un espectáculo distinto cada vez que sale el sol. El que vive en estas tierras, los escuche o no, sabe que están. Sólo es cuestión de prestarle atención o de no levantarse tan sobre la hora para poder tomar mate con las plantas y observarlos.

Pasan autos por la calle, sí, pero no en cantidades abrumadoras como en las zonas céntricas. Mi abuelo suele decir que encontrar un lugar así es impagable. Tiene razón, aunque él para encontrar el suyo se tuvo que ir muy lejos. Algunos se aprovechan de la desnudes de motores que tienen las calles y no utilizan las veredas para caminar, sino que prefieren ir a la par del cordón, por el asfalto.

“Vendo vasijas, señora, compro usados, señora”, repite hasta el cansancio la voz de un hombre emergiendo de los megáfonos instalados en un auto viejo. Ni me percato de que pasa casi todas las mañanas y que opaca durante su tramo por mi cuadra la sinfonía de los pájaros. Sin embargo es parte de la cultura de mi barrio, está, como el vendedor de helados en verano. Y no sé en qué otros lugares estarán también, pero estoy seguro que es algo propio de los barrios y que no se consigue en el centro.

La periferia, vivo en la periferia. Tengo que viajar para encontrarme con la civilización en su máxima exageración. Mi alma se desprende, cada vez que cruzo el puente, de los sonidos mágicos del barrio. Y se empaña de bocinas y puteadas que transforman el buen humor en algo oscuro. Quizás sea más fácil vivir en el tumulto, ya estaría acostumbrado a todo eso que me agita y podría hacerme de anticuerpos que me permitan sobrevivir anestesiado en una marea revoltosa. Pero si hoy me apuraran para que elija, reafirmaría mi decisión de vivir acá. Aunque tenga que viajar y aclimatarme, aunque tenga que explicar de dónde soy a quienes ignorantemente no saben dónde queda Bernal, mi barrio de callecitas con barrancas y chicos jugando a la pelota en la plaza.

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