martes, 3 de agosto de 2010

En un abrir y cerrar (de puertas y ventanas)

por María Soac

Abrí al ventana y ahí justito se apareció.

Mezcla rara de enano y desequilibrado mental.

Lo dejé pasar, porque soy una atrevida, nomás. Me gusta siempre estar sobre la cornisa.
-¡Ay, un enano!
-Pará, maleducada, antes que nada, no soy un enano, soy un elfo. Y segundo, soy el Tiempo.
-¿Tiempo, posta sos el Tiempo?
-Sí, el mismo que viste y calza.
-¿Y dónde vivis, capo?
-En todos lados.
-Bue. Te fumaste a la poesía también, ¿no?
-Mirá, flaquita, no vine para que me bardees. Tengo que decirte algo muy importante. Algo que va a cambiarte la vida.
-Ah, bueno, dale, desembuchá.
-¿No me vas a invitar con algo para tomar, o para comer?
-No, me estás provocando un cachito de repulsión en realidad, quiero que te vayas lo antes posible. Hey, ¿qué tenés ahí?
-¿Dónde?
-En los bolsillos.
-Nada, nada. No tengo nada.
-Sí que tenés, sacá todo lo hay adentro de tus bolsillos o juro que te piso.
-¡No, por favor, sólo son unos barbitúricos para uso personal! ¡No sabes lo difícil que es mi trabajo!
-No, no lo decía por los barbitúricos. Sacá todo lo que tenés.
-No, dale, eso no.
-Dale, Tiempito, entregalo, o la vas a pasar mal.
-¡No, lo necesito!
-A llorar a la iglesia, Tiempo. Dámelo.
-Te vas a arrepentir...
-Callate, ¡ay, qué lindo es! ¿Para qué sirve?
-Es un esperanzador. A las personas que están agotadas, nada, les doy un poquito, apretando este botoncito, ¿ves?, y así le das un tiempo más.
-¿Me lo prestás unos días?
-No, no puedo, lo necesito.
-¿Esto viniste a darme, esperanzas?
-No, lo tuyo es algo especial. En general, no dejo que la gente me vea, directamente. Pero vos sos una terca. Te di muchas pruebas de que estabas malgastándome. Pero no das pie con bola. Sos terrible.
-¿De qué hablas?, qué hambre.
-Que estás gastando mal tu tiempo. ¿No te das cuenta?, en cualquier momento, en un abrir y cerrar de ojos ya te va a haber pasado la vida, ¿y qué hiciste? Siempre decís que hay tiempo, que es lo que sobra, pero lo estás derrochando. Tenes que empezar a hacer todo lo que decís que vas a hacer cuando seas grande porque, no sé si sabías, ya sos grande.
-Ufff, qué amargo que sos. Tengo tiempo, tengo todo el tiempo del mundo.
-No, te va a pasar la vida, y no hiciste ni un tercio de lo que te propusiste. Voy a tener que pensar que, al final, sos una llorona.
-¡No, no soy una llorona!
-Bueno, entonces, crecé, y usá tu tiempo como corresponde. Basta de boludeces.
-¿Ah, si?, y si no quiero, ¿qué vas a hacer, Tiempito? Si es que de verdad lo sos, hasta ahora me pareces un enano.
-Si tengo que volver, voy a usar el acelerador, y te voy a envejecer, hasta tus útimos minutos.
-¡Mira cómo tiemblo!
-No seas tan prepotente, pensá lo que te digo. Yo no hablo en balde. Me tengo que ir, el tiempo apremia.
-Tomá, no olvides tus barbitúricos. Si volves, te denuncio por tenencia.

Y así se fue el Tiempo de casa.

Me sentí desencajada.

Puse tablones en la ventana. Y un burlete debajo de la puerta.

Si intenta volver, por lo menos va a tener que tocar el timbre.

Desprevenida, no más.

lunes, 26 de julio de 2010

¿De qué estás blablando, Willis?

por Alejandro Bianco

Al excelentísimo Pleno de los académicos de la Real Academia Española, se elevará el siguiente petitorio: la inclusión del verbo blablar —y de sus posibles derivaciones— en la próxima edición del Diccionario publicado por dicha institución lingüística.

blablar.

(De la muletilla bla, bla, bla).

1. Discursear acerca de asuntos sin importancia, afirmando, de rato en rato, verdades de dudoso fundamento. Qué tipo denso: el tío Roberto no paró de blablar durante toda la noche.

2. Mantener una conversación de temática esquiva, indeterminada, o excesivamente variada y cambiante. La noche en que nos conocimos con tu padre, blablamos durante horas, y yo todavía no le había preguntado su nombre.

Conjugación de blablar en presente del indicativo:

Yo blablo.
Tú blablas. / Vos blablás.
Él blabla.
Nosotros blablamos.
Vosotros blabláis. / Ustedes blablan.
Ellos blablan.

miércoles, 21 de julio de 2010

Vos también podés ser Shrek

por Alejandro Bianco

Todo el tiempo me encuentro con gente que confundo con Shrek. No es culpa mía. Es inevitable, es un tic, lo llevo conmigo por donde vaya.

Al terminar de leerme, espero que sabrán disculparme.

Todo el mundo juzga por las apariencias. Para otros, el resto de los mortales son chantas, freaks o seres inferiores. El vecino de al lado mío, semi calvo y barrigón, por ejemplo. Cuando me cruza, siempre me pone cara de “andate, pendejo forro, ¿para qué existís?”. Ya sé, es un loco y no es nada personal conmigo. Bueno, pero que sepa que, para este pendejo forro, él es Shrek.

O tal vez sea sólo mi mente que lo hace parecer. Seamos buenos. Naturaleza o ficción, la cuestión es que, por ejemplo, estoy haciendo la cola para comprar la tarjeta del subte y, cuando llega mi turno, me pasa lo inevitable: el que me lo vende es Shrek, pese a que, a diferencia del bicho auténtico, este otro se esfuerce en poner su mejor cara de traste.

O voy caminando tranquilo por una plaza y me encuentro con unos amigos sentados en el pasto; un gordito copado, desconocido para mí, les ceba mate. Con la mejor onda, me mira y me dice: “¿Querés uno?”. Zas, otro Shrek.

El otro día me fui al carajo: lo veía a Enrique Pinti en la tele, hasta que gradualmente dejó de ser Pinti para pasar a ser Shrek. Ahí me dije: “Pará la mano, boludo, que este tipo no se lo merece, es un capo”. Pero insisto en que no puede ser mi culpa: ¿no se parecen un poquito, al menos?

Salvo el episodio de Pinti —cuando luego me equivoqué y se lo comenté a mi vieja—, jamás cometí la ingenuidad de advertir a los demás: “¡Miren, fulano es Shrek!”. Sucede que recibiría, como respuesta, una sonrisita o, como mucho, la helada constatación “es verdad, tiene un aire”. Y sería mucha mi decepción, muchísima, porque yo ya no puedo pensar más en términos de “tener un aire” o de “tener un parecido”. Para mí no hay medias tintas: o sos Shrek o sos no-Shrek.

Así que siempre me lo guardé conmigo. Siempre, hasta hoy.

Vuelvo a mi patología: para que Shrek aparezca, basta que un solo rasgo de la persona me haga acordar al ogro taquillero, a su figura amena y vetusta. Como resulta evidente, la piel verde no es un requisito indispensable ya que no es un don que abunde entre humanos, y menos entre porteños. Pero la nariz petisa y aplastadita, por ejemplo, que se ensancha en la parte de los orificios... Si tenés nariz de boxeador, caramba, sos Shrek. Conste que avisé.

Todavía no he confesado lo más raro de todo: nunca vi una peli de Shrek. Sólo sé que es un ogro enorme, aunque quizás, por su pinta risueña y por su buena fama entre las minitas de mi edad, se trate de un monstruo bonachón. Pero la verdad es que no lo conozco y esta ignorancia me juega en contra: todo hombre panzón, sea bueno o malo, también será Shrek.

¿Y qué decir de los oficinistas con papada o de los calvos con cabeza de huevo invertido? Todos, sin excepción, me ponen siempre su mejor cara de ogro cinematográfico.

¿Y los de orejitas pequeñas como biscochitos? Cuando era chico me daban ganas de mordérselas. Ahora soy más perverso: con ellos, me basta ver un perfil de sus cabezas y descubrir una sola de sus orejitas para que también los convierta en Shrek.

Decí que aún no me he cruzado a un hombre que posea todos estos atributos juntos y que, a tal milagro de la biología, le agregue su fanatismo por Ferro. ¿Tooodos esos atributos? Bah, me retracto: sólo un gordo con la camiseta de Ferro puesta. Por suerte no vivo en Caballito. ¿Se imaginan algo así? Sería demasiado para la poca cordura que me resta en pie.

Pierdo mi tiempo clasificando a mis ogritos según la clase de parecido: por su boca, su calva, sus orejitas… Que Dios me perdone pero, para mí, los hombres no están hechos a imagen y semejanza de él, sino de Shrek.

Poco a poco me he convertido en un salmón que nada contra la corriente. Por culpa de Shrek, suelo perder mi tiempo y, como di a entender recién, hasta me he convertido en un ateo. Cuando mi jefe se entere de que para mí él es un Shrek más, me quedaré sin empleo y definitivamente expulsado de la cultura occidental.

Este raye, que empezó por ser un mero pasatiempo, ahora me persigue como una maldición. Necesito que alguien, por lo menos, una vez más, vuelva a mirarme con ojos humanos.

De todos modos, me consuelo pensando: “Peor sería que la gente me hiciera acordar a Nemo o, peor aún, al ruso Sofovich”.

También me digo a mí mismo que toda esta farsa es injusta y cruel, que alguna culpa debería hallar en mí. Pienso que debería ser un mejor tipo. Pero ¿acaso se podría luchar seriamente contra la imaginación? Yo, por lo menos, en esto sí que no perdería mi tiempo.


Publicado por d-10.

viernes, 16 de julio de 2010

por María Soac

Anoche, cuando usted me miró así, cuando me dijo que el mundo era para mí sí se lo pedía, me quedé con una sensación extraña, una buena sensación. Bueno, sensación al fin. Y eso es lo importante.

Quizás, si la vuelvo a pensar, no fue una charla grandiosa: no disipamos dudas universales ni descubrimos verdades últimas. Sin embargo, fue grato.

Y a mí me gusta, como me gusta quejarme, hacerle saber a mi interlocutor (que resultó ser usted, por razones que el cosmos sabrá) que el diálogo causó una linda emoción en mí.

En síntesis, ésta es mi manera (rebuscada y frívola) de expresarle cuánto me gusta.

Ojalá, que siga así.

María

miércoles, 14 de julio de 2010

Vuela mosca

por el Curioso

1) El mundo es mentira. Los valores son excusas. Somos dueños de nosotros mismos, quizás, y quien se haga cargo y domine esa mentira, será dueño del mundo.

2) Saboreás la mierda entre tus dientes, orgulloso tomás más. Sos humano y, si hay, no importa lo que sea, vos querés más. No te das cuenta, la mierda te saborea y así morís.

3) Esa cálida paz adentro, ese consuelo potenciado por el viento costero de Mar del Plata en invierno. El buzo cubre los dedos, los ojos entrecerrados, reconfortantes pensamientos del mundo después del suicidio. Es sólo un juego, pero jugar a la muerte da más vida.

4) La desperté con un pedo en su oreja, uno de esos que me hacen sentir orgulloso. Gran estruendo y un olor que era casi sabor. ¡Impecable! Me pareció gracioso. A ella no. No la volví a ver.

lunes, 12 de julio de 2010

El otro monumento

por Alejandro Bianco

Rosario está llena de atractivos: uno puede dar un paseo, a la tarde, por Boulevard Oroño y sentirse realmente bien; ver de noche el iluminado Monumento a la Bandera y emocionarse; dar una vuelta en velero y remontar relajadamente ese Paraná marrón y tranquilo; etcétera.

Pero también está bueno salir de los circuitos turísticos clásicos y, de golpe, tomarse, por ejemplo, el 143, que te deja a una cuadra de la estatua del Che, en una plaza agreste de un barrio residencial más de esta ciudad grande y bien armadita. Está bueno bajar de un bondi una noche fría de invierno y encontrarse con esa oscura masa erigida en el arrabal rosarino, en la que se perfila una imagen histórica y mitificada, pero también vigente, sincera y humana. Recién allí uno concluye, entonces, que la historia de los hombres ha pasado por Rosario.

La estatua del Che no es una estatua más, no es un homenaje organizado verticalmente desde un Estado nacional con el fin de instruir a ciudadanos con el bronce frío y con el ejemplo lejano en el tiempo. Este monumento está hecho con la colaboración de gente: miles de personas aportaron más de 14 000 llaves para su construcción.

No tiene la espectacularidad ni la fama del Monumento a la Bandera, y su imagen no está en nuestros billetes. Tampoco es una postal obligada, como la Torre Eiffel o las pirámides. Pero, sin embargo, se va corriendo la bola y, cuando uno llega a Rosario, nunca falta quien, mapita en mano, pregunta por la estatua del Che, o quien informa acerca de su existencia.

“Vayan a ver el monumento al Che”, nos dijeron. Nuestro micro con destino a Retiro salía en cinco horas y teníamos un espacio de tiempo muerto. Agarramos yerba y llenamos un termo con agua bien caliente (hacía un frío horrendo); seguimos instrucciones, nos subimos al 143 y bajamos donde se nos indicó. Por cuatro o cinco minutos —más no nos dejó el viento polar—, fuimos testigos de nuestra historia, la verdadera, la que se va haciendo desde abajo, en cualquier campito, con llaves viejas, con lo que sea.

Publicado por d-10, 2010.

sábado, 3 de julio de 2010

Juliancito sale a la calle

Fragmento encontrado en una cadena de mails.

… déjenme que me acuerde. Ya está. Bien: ayer volvía a mi casa desde el trabajo. Bajé en la estación Medrano y decidí, como quien inconscientemente tira de la soga que viene desde la oscuridad, cambiar el recorrido habitual. Llegué a la esquina de Gascón y Corrientes y, al doblar hacia la izquierda, vi que salía un compañero de trabajo (ganador del prode mundialista y del Gran DT) de la peluquería a la cual va mi novia. Saludo de cortesía, que de su parte fue más cariñoso que en el trabajo, y su respuesta ante mi pregunta obvia fue: “Vengo siempre, acá es donde mejor depilan”. No terminó de decir eso que salió otro pibe, lo agarró de la mano y le dio un beso en la boca. Como diría Adriana Posetti, la de Biología II, “huí despavoridamente”.

Crucé la calle y me lo encontré a Martín Romano, el de Análisis IV, quien venía en dirección contraria a la mía. (Me lo cruzo siempre porque es del barrio: al principio era gracioso, pero ahora ya resulta molesto). Nos saludamos con una murmuración y cada uno siguió su camino. Me acordé de que tenía que retirar mi pantalón de Kung Fu de la modista (se había roto) y volví por donde había venido.

En el bar de la esquina de la peluquería, en una mesa pegada a la ventana, estaba ¡Fabián charlando muy animadamente y, a puras risitas, con Martín! Sí, Fabián, el rubiecito de pelo corto, el de la cara de loco, el de la cara de asesino serial de hormigas. ¿Se acuerdan? Fue compañero nuestro cuando lo tuvimos a Martín de profesor. Digo lo de hormigas porque me acuerdo de que tenía un fornicario. ¡Un fornicario! ¿Se acuerdan? ¿A qué clase de loco se le puede ocurrir creerse el Big Brother de las hormigas?

En fin, los saludé con la manito.

Como a la noche hubo un maratón de “The Bing Bang Theory”, en casa nadie quería cocinar. Entonces bajé a buscar unas empanadas en “El Salteño” y ahí vi a Martín que estaba a los besos apasionados con alguien de pelo corto y claro.

Yo pensé lo mismo que están pensando ahora ustedes y, como estaba sin anteojos, me acerqué mucho para ver qué estaba pasando. En ese momento se dieron vuelta los dos (Martín y su novia de pelo corto) y me miraron con cara de “sacale una foto, boludo, así te dura más”.

lunes, 28 de junio de 2010

Qué bien Tevez, Carlitos


por Alejandro Bianco

¿Existirá alguna mujer a la que no le caliente Tevez?

A las pruebas me remito: chusmeen esto y esto o, sin ir más lejos, hombres del mundo, escuchen a sus hermanas, a sus novias, a sus suegras, a sus propias madres...

Me parece que Carlitos despierta el instinto salvaje en todas o en casi todas. Nunca veo a las mujeres tan auténticas como cuando lanzan sentencias sobre el delantero goleador de Fuerte Apache: "Cómo me calienta", "El más lindo de todos es Tevez", “¿Sabés cómo le doy?”, o cuando, a la inversa, descalifican a los demás jugadores para ensalzar aún más la figura de Carlitos: "Higuaín es súper normal, no me dice nada", "Messi tiene cara de nene o de mogólico", "Mascherano tiene un quilombo en la cara".

Uno, como hombre, se queda atónito. Desearía conocer el bendito mecanismo en la mente femenina por el que toda la vieja historia del carilindo, el rubio de ojos claros y el varón apuesto, historia más vieja que Blancanieves, se va para el tacho, y es reemplazada por este curioso ejemplar de macho salvaje y comedor de sus propias eses.

Claro que no faltará mujer que todavía lo niegue, que todavía se engañe a sí misma, que todavía resista en su castillito de cristal en el que ella es ama de casa y Ken, el novio de Barbie, su amante furtivo. No faltará mujer que diga: “Ay, no, ese negro…”. Pero cada vez quedan menos.

En Inglaterra, cuna de Beckham, de la nobleza y de la caballerosidad, la gente adora a este villero cuerpo de tractor. Los súbditos del príncipe Charles eligen quedarse con este otro Carlitos, el "Argentine, Argentine", pampeano y degustador de cumbias.

¿Será que los ingleses y las minas fanas de Tevez se parecen más a lo que son cuando piensan en Tevez? ¿Será que Carlitos desnuda su verdadero ser?

¿O será que el mundo está lleno de Beckhams y de Christianos, pero Tevez hay uno solo?


Publicado por d-10, 2010.

viernes, 25 de junio de 2010

Dialogos callejeros

por El Andante Solitario

Pedante galantería machista


ÉL: ¿Conocés Devoto?

ELLA: Sí, como no voy a conocerlo. Nací ahí y viví 20 de mis 23 años.

ÉL: No te puedo creer, estoy asombrado.

ELLA: ¿Porque soy de Devoto?

ÉL: En parte. Y también porque sos muy chica.

ELLA: ¿No serás vos muy grande? (ríe)

ÉL: No me hagas esos chistes que me pongo mal. (¿ríe?)

ELLA: Bueno, perdón, jefe.

ÉL: Sabes que acá ya no soy tu jefe – se interrumpe – guarda con el escalón.

ELLA: ¿Por qué me preguntabas lo de Devoto?

ÉL: Porque cruzando la avenida, ahí donde ahora es “Devoto Norte”, hay una casona donde se desgustan vinos. Es tremenda, podríamos ir para allá el viernes. El rincón del Borbón, se llama.

ELLA: Ah, no, no conozco mucho.

ÉL: Antes estaba ese lugar que era espectacular, donde se cocinan todo a leña… ¿cómo es que se llama…?

ELLA: No, no sé, ni idea

ÉL: No sé si segurá estando, era cruzando la plaza

ELLA: ¿En Devoto?

ÉL: No, en Devoto Norte

ELLA: No sé, no soy de salir mucho a comer afuera, solo voy a la casa de mis viejos.

ÉL: Ay, pero ¿cómo era que se llamaba? – se interrumpe – bue, no, vos sos chica, que te vas a acordar…no te debés ni acordar el nombre, ni nada. Solo los hombres siempre nos acordamos donde se toma un buen vino, pero… ¿Cómo se llamaba?

*

“Allá tengo todo”


ÉL: Entonces…

ELLA: Sí, me voy a ir para el sur

ÉL: ¿Estás segura de que querés volver?

ELLA: Sí, ya lo pensé bastante. Allá está mi vida, lo de venir a Buenos Aires fue un intento, no digo que no haya estado bueno, te conocí a vos, pero…

ÉL: ¿Y vas a dejar todo?

ELLA: Dejar todo… no es dejar todo. Allá tengo todo en realidad.

ÉL: ¿Y la facultad?

ELLA: En el sur hay facultad

ÉL: ¿Y el laburo?

ELLA: Conseguiré alguno allá, no sé

ÉL: ¿Tan decidida estás?

ELLA: Sí, el sábado viajo.

(No lo dijo, pero lo habrá pensado)

ÉL: ¿Y yo?

lunes, 21 de junio de 2010

Los elegidos

por Leandro Palazzo

No cualquiera tiene la posibilidad de ser elegido. Si estás leyendo esto, bien. A partir de ahora sos uno de los seleccionados. No pienses nada, no es ni bueno ni malo, es lo que te tocó en este momento por estar leyendo esto. Ahora, afrontar la responsabilidad de ser uno de los elegidos está en tus manos. Este paréntesis te permitirá decidir irte o tomar el coraje necesario y quedarte, yo te avisé (somos la degeneración del 10, avivate).


Por algún motivo nosotros aprendimos a leer, a diferencia de otros que no tuvieron esa suerte bajo el mismo cielo, y este es un ejemplo de las miles de cosas que tuvimos la posibilidad de aprender y hacer en comparación con otras personas, iguales a nosotros, aunque con distinta suerte; que no han podido lograrlo por culpa las de las eternas manipulaciones de los verdaderos dueños del poder imperante en cada década (por mencionar de manera educada a los responsables de la situación actual del mundo).


Ahora, ¿qué hacemos sabiendo que somos los elegidos? Podríamos negar que lo somos, o lo que es peor, ser conscientes de que contamos con esta suerte y, sin embargo, preferir hacer de cuenta que no existe. No hacerse cargo pareciera ser más simple. Los brillos, que son brillos falsos y que encima no nos corresponden y nunca nos corresponderán aunque nos hagan creer que algún día los alcanzaremos, intentan en estos tiempos que nuestras miradas se desvíen para distraernos y lograr que evitemos recordar que somos los elegidos.


Una vez que superemos el paso de quedarnos sentados mirando lo que algunos dicen, estaremos en condiciones de avanzar con la idea de poner en práctica la misión que tenemos por ser elegidos. Es más simple de lo que puedan llegar a imaginarse, es cuestión de comenzar a vivir sabiendo que somos los que podemos lograr el cambio, así como nos enseñaron grandes maestros, que alguna vez también fueron jóvenes, e incorporando aquello que iremos aprendiendo. Saber que cada uno, desde su lugar (nunca puede ser humilde el lugar si tiene buenas intenciones) tiene la capacidad y la responsabilidad de construir aquello que el resto de nuestra generación no podrá construir, pero que estará apoyando si brindamos nuestros esfuerzos desde la más pura honestidad. Será un comienzo, sin dudas uno de los tantos ladrillos que se necesitan para construir las bases del futuro. Pero estos ladrillos no deberán ser de los duros, con la experiencia del pasado debemos aprender que estos tendrán que ser blandos y moldeables, y serán los que reemplazarán a aquellos viejos que en su rigidez cada día se agrietan más.


sábado, 19 de junio de 2010

De cerca y de lejos

por Luciano Ferrari

Quizás quiera oírte y será por ello que mis ojos no pueden entenderte. Alzaré la voz hasta que ya no puedas hablarme. Acariciaré tus palmas tan suavemente que mi alma llegará a herirte.

Pero no quiero querer. Deseo tenerte lejos y así poder cada vez más acercarme a la claridad de tus palabras, que extraño pero nunca deseé.

viernes, 11 de junio de 2010

Carta abierta a los antis

por Alejandro Bianco

Hola, antimundialistas del mundo. Este mensaje es para ustedes, para los que odian el Mundial y toda la parafernalia que éste conlleva. Tranquilos, no se desesperen. El Mundial no va a impedir que se venga la revolución bolchevique ni que las mentes de los hombres dejen de estar bien lavaditas. Para eso ya está el Tinelli crónico, los mensajes al *2020 o hasta las paquitas de Xuxa, quién te dice. Para eso ya estuvo la Iglesia durante tanto tiempo. Y no me van a negar que, por lo menos, un gol de Tévez es un hecho ligeramente más estético que la cara de Ratzinger.

No teman por la osada promesa del Diego de ponerse en bolas en el Obelisco si salimos campeones. Probablemente, hasta pida que se la chupen, bueno, pero les aseguro que no estarán obligados. A mucho garca yo sí me veo obligado a chupársela cada tanto. Hablo en un plano metafórico, pero que, no obstante, suele ser más diabólico que el literal.

No renieguen del Diego, única razón por la que no nos caemos del mapa. No teman de su impostura o de su “grasitud”: prefiéranla siempre a la de Mirtha Legrand.

No demonicen el Mundial, que encima es gratarola. Seguramente, día a día la pasan peor dentro de los subtes, que encima son pagos.

No sin falta de tino, ustedes hablan de “nacionalismo barato”. De acuerdo, han dado en el blanco: es un nacionalismo berreta; pero, por lo menos, el fervor futbolístico probablemente sea el único “nacionalismo barato” que no mata a nadie.

El Mundial no es el apocalipsis, che. ¿Acaso no les gustan las fiestas? El Mundial sería como una fiesta que dura un mes.

Tranquilos, antimundialistas: hasta en una de esas el Mundial les regala algo de magia y de talento, y sin tener que pagar un sope.

lunes, 7 de junio de 2010

Vida inteligente

por Alejandro Bianco

Hay algo que no me gusta de las hormigas. Probablemente sea su obsesión por el sistema, por el orden, por la sublime fatalidad de lo cotidiano.

Estoy sentado en el banco de una plaza, sumido en pensamientos inútiles o decorosos, pero de repente despierto, miro hacia abajo y descubro un prolífico mundo de hormiguitas que van de acá para allá, zigzaguean, se chocan, se pierden en sus caminos imaginarios y vuelven a comenzar. ¿Qué quieren?

No están drogadas ni conducen borrachas, sólo son maniáticas de la orden cumplida a vaya a saber uno qué reina gorda y perezosa que vegeta en su hormiguero perfecto, lejos de esos embotellamientos microscópicos. Calculo que nosotros también nos debemos de ver así desde un helicóptero o desde una nube cercana.

No me gusta esa sumisión, ese levantarse cada día y hacer lo que uno tiene que hacer porque se es hormiga y ya.

Pienso si vivir consiste sólo en eso, en ser inteligentes.

Sigo en la plaza. Una de las hormiguitas está acá abajo, soportando el peso desproporcionado de un pedacito de hoja seca. Es de un heroísmo estúpido. Bastaría poner mi zapatilla por encima de ella y raspar la tierra como si estuviera quitando una manchita con mi suela. Y sin embargo, me agarra una especie de pudor sagrado y me quedo duro: la veo irse, borracha de trabajo, bajo el sol de una mañana inteligente.

viernes, 4 de junio de 2010

Hasta el fin del mundo

por Leandro Palazzo

“No estamos en una época en la que podamos hacernos los boludos”, prorrumpió fastidiado, y mientras la gota más delicada de sudor recorría las líneas de su frente vio que venía el colectivo. Subió sin hablar, como pensando en otra cosa, sin embargo era evidente que aún retumbaban en su cabeza las propias palabras que acababa de decir. Su amigo, condescendiente, en cambio prefirió mirar a la mina que subía delante de él. Pero cuando apoyaron sus espaldas en el asiento, el dialogo continuó en la misma línea. “Vivimos anestesiados muchos años, sumisos a lo que nos dictaban, con miedo, con ese miedo que soportan las personas traumadas. Somos un pueblo traumado, pero depende de nosotros decir mañana eramos en lugar de somos un pueblo traumado”. Sus palabras eran sabias y escondían algo de soberbia imperativa, pero su amigo lo escuchaba comprendiendo que tenía razón. Para decir estas cosas más bien no titubear, aunque nos señalen de arrogantes. Cuando hablaba, su cara también expresaba, sus cejas bailaban al compás de las palabras, y cuando enfatizaba sus pensamientos fruncía el seño, como un nene enojado. Creo que verdaderamente se enojaba cuando hablaba, pero eso demostraba que sentía lo que decía. “Es difícil, pero el cambio debe nacer algún día” – dijo – “La historia está colmada de erosiones populares que como volcanes arrasaron con las convenciones que parecían eternas. ¿Porqué no creer que en cualquier momento el fuego líquido, ese que nacerá del fervor, comenzará a quemar las ciudades? Cuando eso suceda tenemos que estar preparados. Yo no quiero estar dormido en ese momento, quiero estar despierto, bien despierto, gritando, viviendo”. Cuando terminó de exponer, quizás mientras algunos rezagos de sus ideas aún le hacían cosquillas en la nuca, su amigo, observándolo, se sintió afortunado. Se sintió felíz por conocerlo, por ser su amigo, por escucharlo. Se sintió entusiasmado porque seguramente cuando llegara aquel día estaría acompañándolo. Se sintió orgulloso de haberlo conocido, sabiendo que de lo contrario, cuando llegara el día, en lugar de estar gritando con él, estaría viendo el fin del mundo en silencio por televisión.