miércoles, 21 de julio de 2010

Vos también podés ser Shrek

por Alejandro Bianco

Todo el tiempo me encuentro con gente que confundo con Shrek. No es culpa mía. Es inevitable, es un tic, lo llevo conmigo por donde vaya.

Al terminar de leerme, espero que sabrán disculparme.

Todo el mundo juzga por las apariencias. Para otros, el resto de los mortales son chantas, freaks o seres inferiores. El vecino de al lado mío, semi calvo y barrigón, por ejemplo. Cuando me cruza, siempre me pone cara de “andate, pendejo forro, ¿para qué existís?”. Ya sé, es un loco y no es nada personal conmigo. Bueno, pero que sepa que, para este pendejo forro, él es Shrek.

O tal vez sea sólo mi mente que lo hace parecer. Seamos buenos. Naturaleza o ficción, la cuestión es que, por ejemplo, estoy haciendo la cola para comprar la tarjeta del subte y, cuando llega mi turno, me pasa lo inevitable: el que me lo vende es Shrek, pese a que, a diferencia del bicho auténtico, este otro se esfuerce en poner su mejor cara de traste.

O voy caminando tranquilo por una plaza y me encuentro con unos amigos sentados en el pasto; un gordito copado, desconocido para mí, les ceba mate. Con la mejor onda, me mira y me dice: “¿Querés uno?”. Zas, otro Shrek.

El otro día me fui al carajo: lo veía a Enrique Pinti en la tele, hasta que gradualmente dejó de ser Pinti para pasar a ser Shrek. Ahí me dije: “Pará la mano, boludo, que este tipo no se lo merece, es un capo”. Pero insisto en que no puede ser mi culpa: ¿no se parecen un poquito, al menos?

Salvo el episodio de Pinti —cuando luego me equivoqué y se lo comenté a mi vieja—, jamás cometí la ingenuidad de advertir a los demás: “¡Miren, fulano es Shrek!”. Sucede que recibiría, como respuesta, una sonrisita o, como mucho, la helada constatación “es verdad, tiene un aire”. Y sería mucha mi decepción, muchísima, porque yo ya no puedo pensar más en términos de “tener un aire” o de “tener un parecido”. Para mí no hay medias tintas: o sos Shrek o sos no-Shrek.

Así que siempre me lo guardé conmigo. Siempre, hasta hoy.

Vuelvo a mi patología: para que Shrek aparezca, basta que un solo rasgo de la persona me haga acordar al ogro taquillero, a su figura amena y vetusta. Como resulta evidente, la piel verde no es un requisito indispensable ya que no es un don que abunde entre humanos, y menos entre porteños. Pero la nariz petisa y aplastadita, por ejemplo, que se ensancha en la parte de los orificios... Si tenés nariz de boxeador, caramba, sos Shrek. Conste que avisé.

Todavía no he confesado lo más raro de todo: nunca vi una peli de Shrek. Sólo sé que es un ogro enorme, aunque quizás, por su pinta risueña y por su buena fama entre las minitas de mi edad, se trate de un monstruo bonachón. Pero la verdad es que no lo conozco y esta ignorancia me juega en contra: todo hombre panzón, sea bueno o malo, también será Shrek.

¿Y qué decir de los oficinistas con papada o de los calvos con cabeza de huevo invertido? Todos, sin excepción, me ponen siempre su mejor cara de ogro cinematográfico.

¿Y los de orejitas pequeñas como biscochitos? Cuando era chico me daban ganas de mordérselas. Ahora soy más perverso: con ellos, me basta ver un perfil de sus cabezas y descubrir una sola de sus orejitas para que también los convierta en Shrek.

Decí que aún no me he cruzado a un hombre que posea todos estos atributos juntos y que, a tal milagro de la biología, le agregue su fanatismo por Ferro. ¿Tooodos esos atributos? Bah, me retracto: sólo un gordo con la camiseta de Ferro puesta. Por suerte no vivo en Caballito. ¿Se imaginan algo así? Sería demasiado para la poca cordura que me resta en pie.

Pierdo mi tiempo clasificando a mis ogritos según la clase de parecido: por su boca, su calva, sus orejitas… Que Dios me perdone pero, para mí, los hombres no están hechos a imagen y semejanza de él, sino de Shrek.

Poco a poco me he convertido en un salmón que nada contra la corriente. Por culpa de Shrek, suelo perder mi tiempo y, como di a entender recién, hasta me he convertido en un ateo. Cuando mi jefe se entere de que para mí él es un Shrek más, me quedaré sin empleo y definitivamente expulsado de la cultura occidental.

Este raye, que empezó por ser un mero pasatiempo, ahora me persigue como una maldición. Necesito que alguien, por lo menos, una vez más, vuelva a mirarme con ojos humanos.

De todos modos, me consuelo pensando: “Peor sería que la gente me hiciera acordar a Nemo o, peor aún, al ruso Sofovich”.

También me digo a mí mismo que toda esta farsa es injusta y cruel, que alguna culpa debería hallar en mí. Pienso que debería ser un mejor tipo. Pero ¿acaso se podría luchar seriamente contra la imaginación? Yo, por lo menos, en esto sí que no perdería mi tiempo.


Publicado por d-10.

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