domingo, 30 de mayo de 2010

Se hace camino al andar

por Lucía Levy


La Plaza de Mayo tiembla, los pueblos indígenas llegan con toda su cultura a cuestas, sus bailes, sus ropas exageradamente coloridas para una ciudad tan gris, sus instrumentos milenarios y llegan, sobre todo, con ganas de ser escuchados.

Los habitués de los alrededores miran asombrados desde los balcones de sus cómodas y coquetas oficinas como si ellos, los indios, formaran parte de otro paìs, de otra realidad.

Llegan por Diagonal Norte y son miles, y las madres de Plaza de Mayo los reciben con un abrazo eterno, mientras los ojos mojados de los espectadores graban en sus retinas un momento histórico: dos luchas se hermanan, la de los pueblos originarios en busca de su identidad y ellas, en busca de la identidad perdida de sus hijos desparecidos.

Como cualquier otro día, las palomas aguardan inmóviles en su plaza de siempre y al explotar los morteros que anuncian la llegada de los indígenas, adornan el sucio cielo y se pierden en la espesa niebla y vaticinan un futuro de libertad.

El temblor sigue, es cada vez más fuerte, ahora se toman de las manos y luego de un grito ensordecedor, todos saltan y bailan al ritmo de canciones que solo ellos conocen, los mismos gorros coyas se mueven en perfecta armonía y la piel se eriza.

En el medio de la plaza, un escenario colmado de hermanos indígenas los reciben con cánticos típicos, y los oídos de los transeúntes disfrutan de esa melodía pegadiza pero extraña.

“Alguna vez nos van a tener que ver, alguna vez nos van a tener que reconocer, alguna vez los vamos a conmover”, grita una Mapuche al micrófono desde lejos y exclama furiosa: “Estamos aquí desde siempre, fuimos con esta tierra antes de que fuera sometida y explotada, somos pueblos originarios, blancos, negros, mestizos y criollos”.

Las banderas celestes y blancas que auguran el festejo de los 200 años de una patria que los excluye, contrastan violentamente con las coloridas banderas de las 30 naciones originarias que habitan hace más de 500 años las mismas tierras que hoy reclaman.

La Plaza de Mayo una vez más es testigo de un momento imborrable en la memoria de un país que estuvo ciego durante siglos y que hoy se enfrenta a una realidad que intentó ocultar pero ya no puede, el grito es muy fuerte, los oídos ya no son sordos.

Seguramente, lo que ayer se vivió, ocupará varias páginas de la historia de una nación que aprende, a los tropezones, a reconocer a su gente, a esa que ya estaba aquí aún antes de que el Cabildo viera por primera vez un gobierno patrio.

sábado, 29 de mayo de 2010

Las glorias que no están

por María Soac

Si oís Tumbas de la Gloria, de reversa, al final, se oyen nombres de músicos que ya no están. Las glorias que no están.

Un fanático me lo dijo, y me hizo pensar.
Qué será de mí cuando las glorias ya no estén.

Cuando se olviden de mí. Cuando me olvide de ellos.
Cuando termine.

El paso del tiempo hará en mí, también, estragos.
Y las glorias ya no estarán.

El Vampiro bajo el Sol es un tema que canta Paralamas, escrito por Fito.
Algo ya se cambió, acá dentro de mí: las luces de mi vida mortal.

Debo reconocer que estoy creciendo, sí, es cierto. Mañana seré más madura que ayer.
¿Qué va a acontecer de mí?
¿Qué me tienen deparado todos los astros?

Cuando era más joven, sólo le temía a la muerte.
Ahora temo no ser lo que quiero ser. No terminar hallando -en mi vida- lo que busco encontrar.
Que no estén las que, para mí, son mis glorias.

La incertidumbre es un síntoma espantoso. Como cuando tenés un encendedor, girás la rueda pero no hay llama.
No hay lumbre.
Y lumbre, puedo decirte, es también luz.

Voy a abocarme a no hacer planes. Porque, cuando te olvidas del asunto, lo interesante simplemente comienza a suceder.

jueves, 27 de mayo de 2010

Calza justo

por Alejandro Bianco

El hombre es impulsado por la marea de pasajeros hasta que calza justo en el subte, su cuerpo maduro estampado contra la puerta que se cierra con furia, entre una chica bajita y un gordo de sweater con rombos. Están todos húmedos, apretados, desinflados. Se llega a una estación, el gordo se baja y parece abrirse un pulmón, pero una nueva ola llega desde afuera y vuelve a barajar todas las posiciones.

Ahora el hombre está frente a frente con la chica bajita, su respiración rebota cíclicamente contra la frente de ella. El aire que exhala es el que golpea contra la pequeña frente y que luego vuelve a entrar en su nariz. Así por uno, veinte, mil segundos.

Un codazo anónimo golpea sin querer la espalda de la chica y el hombre siente cómo su cuerpito se contrae, como estimulado por un electroshock. La siente suspirar. Están cerca y se rozan, bailan un lento grosero y a la vez perfecto.

Hasta allí todo es pura inercia, como siempre en el subte, como siempre entre pasajeros que juegan con sus cuerpos al dominó. Pero algo perturba la inercia del hombre porque de repente levanta una mano y amaga con aferrarse a uno de los caños, pero luego la dirige pausadamente al rostro de la chica, que casi cabe en la cavidad del cuello del hombre, la mano calza justo en la superficie lunar de su cachete, cubriéndolo entero, como a una bola de bowling.

Y por tres segundos no la mueve, la mantiene así, suspendida y bondadosa.

La chica habrá sentido el mítico cosquilleo, el calorcito amable, el contagio milenario. Pero, por toda respuesta, el hombre siente primero el contacto ahí abajo y tres segundos después la explosión, la rodilla certera de la chica que calza justo en lo más íntimo de sus huevos. El hombre juraría que tronan, pero la ola de estruendo sólo es interna, como un sismo tímido.

El golpe resulta seco y silencioso como una caricia en un cachete. Todo es interno y silencioso y al fin se pierde.

Muerte borrascosa

por Carolina Brani

El tubo era largo y simétrico. Se asemejaba a un laberinto infinito. La oscuridad era casi absoluta. A lo lejos, muy a los lejos, se divisaba un rayo de luz que intentaba entrar. Junto a él, se colaba una ráfaga de aire que removía el agua, gestando olas calientes que se volvían a cada instante, más fuertes y más furiosas. “Una borrasca en el túnel”, eso mismo pensó: ¡estoy metido en una borrasca! De pronto, todo se aquietó nuevamente. Sobrellevando el dolor que le invadía todo el cuerpo, sintió que comenzaba a quemarse vivo. Los ojos le ardían y las alas se le quebraban por los intentos frustrados de tomar vuelo. Inútilmente. Todo lo intentaba inútilmente. Porque cuando creía que había llegado, que estaba ahí nomás del rayo de luz que lo guiaría hacia la libertad, entraba de nuevo la violenta ráfaga: rabiosa y con más envión que nunca. La ola nacía de nuevo. El agua hirviendo chocaba contra las paredes. Y allí se encontraba él: escapándole a una muerte decidida y caprichosa.

En uno de sus intentos, en los que volaba e intentaba con todas sus fuerzas mantenerse firme y dirigirse al rayo de luz, la ráfaga de aire atacó nuevamente. Sin embargo, gracias a la posición en la que había logrado sostenerse, el agua no lo arrastró hacia el fondo, sino que se lo llevó nomás, dentro del remolino de olas. Envolviéndolo y arrastrándolo sin dejarle oportunidad para la huida.

El líquido en donde cayó era denso y de color verde. A su parecer, se encontraba inmerso en arena movediza, vencida y podrida. Esa especie de pasta caliente y densa se le impregnaba en todo el cuerpo. Las alas, pesadas y húmedas, ya no podrían levantar vuelo, y, sin eso, estaba finiquitadamente muerto. De repente una succión lo arrastró hacia abajo. Entre zambas y sacudidas arenosas, notó que esta vez había llegado bien al fondo. No sería fácil volver a la superficie. Lo intentó de todos modos: si iba a morir, que fuese peleando. Y así, pataleando y pataleando, lo logró: logró salir.

Mientras pensaba en lo afortunado que había sido, en la historia que tendría para contar y en lo valiente que resultaría, una mano se le avecinó, como una furiosa avalancha, y casi lo aplasta contra una ventana. Los reflejos, aunque tardíos, le funcionaron y (afortunada o desafortunadamente) perdió sólo el ala izquierda. Como pudo, dolorido y golpeado, comenzó la retirada para nunca más volver.

Mientras se alejaba, a lo lejos escuchaba una voz. Cada vez más lejana...

─¡Marta! ¿Qué estás haciendo?

─Perdón, es que se había metido un mosquito en el mate. Casi lo mato che, pero se me escapó el muy bicho. Venite, que te cebo otro y seguimos chusmeando.

Dicen que a las palabras se las lleva el viento (por eso, mejor te abrazo y te beso)

por autora que espera seudónimo

¿Por qué será que cuando pronunciamos una palabra muchas veces en voz alta pierde sentido?

Si repito mi nombre, si digo mesa o cualquier palabra esa sensación me invade siempre; es como si dijera nada, que me refiero a algo extraño… Si lo hago con mi nombre es como si dejara de ser yo.

Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo…

Lo digo casi tan mecánicamente como cuando me lavo la cara después de levantarme, casi sin pensarlo. Por eso, prefiero sorprenderte, mirarte a los ojos y decirtelo despacio y muy de vez en cuando. Pero, mucho más aún, prefiero abrazarte y besarte.

No te enojes entonces, si no me lo escuchás decir seguido, no te angusties si me lo guardo… Es que temo pierda sentido.

domingo, 23 de mayo de 2010

Eduardo Sacheri: "El Oscar permite que más gente sienta curiosidad por leer lo que escribo"

Entrevista al autor de "La pregunta de sus ojos"
por Leandro Palazzo

Una mañana que comenzaba a templarse con el correr de las horas en el ex club Ducilo de Berazategui fue el escenario perfecto para que el escritor e historiador Eduardo Sacheri, autor del libro que inspiró a “El secreto de sus ojos”, la historia ganadora del Oscar 2010 como mejor film en idioma extranjero, contara intimidades de aquellas reuniones de producción previas al lanzamiento de la película, así como también anécdotas que surgieron en medio de los festejos en Hollywood y su pasión por el fútbol y las letras.

“Los que no asistimos a la ceremonia vimos la entrega de premios por televisión y cuando ganamos nos pusimos todos juntos a gritar cantitos de cancha, llenos de alegría, hasta que llegaron (Juan José) Campanella y (Guillermo) Francella con el premio” relató Sacheri - “después nos abrazamos todos juntos y seguimos cantando hasta quedarnos sin voz más de una semana”.

Sacheri escribió en 2005 la novela “La pregunta de sus ojos”, despegándose de sus escritos anteriores que lo relacionaban constantemente con el ambiente del fútbol. Envuelto en un orgullo que le brotaba por su mirada contó que Campanella, el director del film que logró el segundo Oscar para la historia cinematográfica argentina, era seguidor de sus obras y que había leído la novela que posteriormente fue llevada al cine. “Me enteré de las intensiones de Campanella de hacer la película de mi libro por un mail que llevaba por asunto ´La pregunta de sus ojos´, lo abrí temblando y ahí me decía que le había gustado el libro y qué íbamos a hacer la película, pero después de eso se tomó un año para decidirlo”, contó el escritor y guionista.

La emoción de haber logrado el galardón máximo del cine muchas veces impide observar con claridad el proceso recorrido para llegar a la nominación, o tan solo para lograr la aceptación del público. “El día del estreno nos mirábamos con Campanella en la puerta de una sala pensando si funcionaría la película”, dijo Sacheri y luego lanzó un mensaje en defensa del cine nacional: “el cine argentino es muy difícil, por eso es necesario que no se bajen películas de internet”.

A pesar de ser un escritor consagrado, autor de títulos como “
Te conozco Mendizabal y otros cuentos” o “Lo raro empezó después: cuentos de fútbol y otros relatos”, Sacheri reconoce que “el Oscar permite que más gente sienta curiosidad por leer lo que escribo, y eso es lo que todos los escritores deseamos cuando iniciamos nuestras carreras y somos parte del anonimato”.

Las 320 páginas de su novela fueron la base de los 124 minutos del film protagonizado por Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella, sin embargo el director de la película junto al autor del libro tuvieron que ponerse de acuerdo para lograr una adaptación lo más fiel posible al relato original. “Las diferencias entre el libro y la película son por diferentes interpretaciones. Cada lector interpreta algo distinto y yo también al escribirlo”, afirmó Sacheri, “pero Campanella es un tipo que sabe escuchar”, agregó. El primer cambio visible es nada más y nada menos que el del título, según el escritor la modificación se llevó a cabo porque los productores consideraron que era más atrapante cambiar la palabra “pregunta” por “secreto” en busca de causar un misterio que relacione al título con la historia policial.

Su forma de expresarse a la hora de contar las diversas experiencias en sus trabajos lo embandera en un manto de pasión que surge a raíz de su vocación, pero destaca que no es el único entusiasmo que posee. “Es bueno tener muchas pasiones, porque en las pasiones uno demuestra mucho de sí. Tengo unas cuantas pasiones, el fútbol, la lectura, mis afectos, mi familia. Si no hubiera tenido nunca pasión por la lectura, hoy no escribiría”, concluyó Sacheri.

Duda

por Leandro Palazzo

El reloj goteaba sus minutos y en las baldosas oscuras las horas formaban lagunas que mojaban los pies de la mesa. El sábado entraba en un embudo del que difícilmente pudiera salir ileso, estaba muriendo. Las luces de la ciudad se encendían sincronizadas y complotaban con las nubes que amargaban a las estrellas en la decorada noche de otoño. Una leve brisa ingresaba por uno de los burletes rotos de la puerta y el aroma a fiesta se mezclaba con sabor del té de menta que humeaba en la taza verde apoyada sobre el escritorio, testigo de mi cansancio y de mis ojos rojos. Salir a disfrutar una cerveza implicaba volver borracho a horas poco productivas para continuar con mi atrasado labor en la computadora, pero quedarme en casa me agotaba un poco más de cara a otra aterradora semana. Tuve que decidir.

viernes, 21 de mayo de 2010

Eufemismos

por Guido Montali

I

Nada de alturas, narrador pide un ejercicio más sencillo. Olvidar, o seguir desconociendo, las definiciones teóricas de los términos. Baste pensar un momentico en simples significaciones de sentido común.

II

Crispación. Clima sociopolítico que se vive en Argentina desde 2007 por un gobierna y su esposo gobierno que no escuchan a la gente, que se afanan todo, que no son el campo.

III

Consenso. Solución a I. Recorre todo el arco de voces parlamentarias, sus reproducciones televisivas, radiales, la tinta chorreada en matutinos. El consenso es la flecha, el oficialismo el objetivo. ¿Qué necesidad de pelear? Así vamos para atrás, buenos aires no va a estar bueno. Vamos muchachos, nada es tan grave, salvo la falta de consenso, que divide a los argentinos. Y todos sabemos que los argentinos tenemos los lazos sociales más potentes, envidia de cualquier teórico social.

IV

Ausencia de conflicto=armonía. Una simple formulita matemática che. Resultado del logro de II. Que vivamos en paz, 365 días de navidad. Porque una cosa es el debate democrático pero otra, muy distinta, una disputa que destruya la armonía. Narrador tiene ganas de pelear, no entiende cómo se debate sin conflicto, pero silencio, esta no es su sección.

V

Autoritarismo. ¿Hace falta decir que es culpa de gobierna y su esposo gobierno? Igual vale la aclaración: por desoír I, no ir en busca de II, ergo, imposibilitar III. Indivisible de (VI) Libertad. Dos caras de la moneda, es una o la otra. No somos libres, tenemos miedo. Hay que ser solidarios con todos los compañeros que tienen miedo.

VII

República. La piedra de toque, el argumento definitivo, irrebatible. Todas nuestras palabras tienen su legitimación en la República. Hay que citar de nuevo y de nuevo la Constitución Nacional de la República Argentina, madre de todas las leyes, reparadora de tensiones, descanso eterno de la paz. Puff, así cagamos, no tenemos chanc Narrador.

VIII

No es que sea amigo de la crispación, enemigo del consenso y la armonía, autoritario o antirrepublicano. O quizá si, a quién iría a importarle. ¿Soy muy boludo o es el mismisísimo discurso neoliberal al ataque? Todas nuestras palabritas emergen en una misma superficie, que les sirve de pegatina, la cuestión del Orden (IX). Para que todo esté en orden nada debe cambiar, para que nada cambie no al conflicto, basta con la política. Programa de nuestros queridos positivistas, orden y progreso (véase bandera du brasil) aparecen una y otra vez en la retórica política, disfrazados, maquillados, pero aparecen. Es el arte del aparente no gobierno, del que deja hacer, del que posibilita nuestros espacios de libertad. Lectores con inteligencia mucho más aguda que la del narrador, que sólo se preocupa por el sentido común, sabrán comprender. YYYAAAA termino, última cosita. Tengo una sospecha: argumentar que todo tiene solución en el consenso implica suponer un cierto orden que los seres gobernantes sólo deben respetar, una suerte de Naturaleza. Ni más ni menos, a no politizar, hay un Orden Social Natural a seguir.

martes, 18 de mayo de 2010

Radioteatro: Juan Domingo

Un cumpleaños cruza a una mujer insistente con el legado de un líder carismático.

Escuchá:



Guión: Leandro Palazzo
Voces: Leandro Palazzo, Manuela Sánchez Guarín y Nicolás Garaycoechea

viernes, 14 de mayo de 2010

¡Contradecite que me gusta!

por Alejandro Bianco

En esta lucha cotidiana entre el gobierno y los medios de comunicación y políticos opositores, asistimos a un hecho notable de tan paradójico que es: la oposición, que acusa al gobierno de fascismo y de prohibir la libertad de expresión, tiene la posibilidad de desplegar su victimización, sin embargo, por cuanto medio de comunicación encuentre en la Argentina. ¿Puede ser que haya gente que todavía les crea?

Voy a citar un hecho concreto. Ayer yo estaba cruzando la barrera de las vías del tren en el barrio porteño de Belgrano. Levanto los ojos y observo, reluciente y majestuoso, un aviso publicitario del nuevo libro de Martín Redrado, que la editorial Planeta sacó a la venta. No sabría decir las dimensiones exactas del aviso pero, para que se hagan una idea, su tamaño era similar al de los grandes carteles que se ven a los costados de las autopistas. En el aviso estaba escrito, con letras visibles hasta para un miope como yo, el subtítulo del libro: “UN LIMITE AL PODER ABSOLUTO”.

Martín Redrado, como tantos otros, se pone en la vereda de los individuos oprimidos por un gobierno que ellos acusan de ser dictatorial. Como se ve, van aún más lejos: hablan de “poder absoluto”. Pero estos perseguidos por la dictadura kirchnerista no cuentan su verdad repartiendo panfletos desde la clandestinidad o desde el exilio, sino en los principales diarios y pantallas de los canales de televisión más vistos, y en luminosos e imponentes carteles de publicidad en la vía pública. ¿No se autocontradice el aviso de Planeta? ¿No es absurdo avisar que se está luchando contra el “poder absoluto” desde un aviso publicitario que sólo puede pagar una corporación con mucho dinero, desde un cartel ubicado en uno de los barrios más importantes de Buenos Aires, y que además observan diariamente cientos de miles de porteños que pasan en auto, de a pie o con el tren?

El punto es este: si yo, valiente opositor, doy a entender que soy débil desde un enorme cartel, sólo dos cosas deberían pensarse de mí: o que soy un tonto que se pisa a sí mismo —es decir, que se autocontradice—, o que algo estoy ocultando. Una de dos. ¿Hasta cuándo se seguirá viendo tanta falta de respeto al sentido común?

Vestigios de un galán

por Leandro Palazzo

Antes era impulsivo, y un poco más caradura, sin especular efectuaba a la perfección planes inescrupulosos en el campo de la conquista. No existía impedimento alguno cuando se trataba de coquetear a una mujer, y mucho menos si ésta me gustaba en demasía. Iba al frente, sin problemas, encaraba la situación. Tomaba el toro por las astas y lo domaba a mi antojo, a mi gusto y piacere. Mi porte vestido íntegramente de decisión y entereza me brindaba el plus necesario para que las andanzas no terminaran en fracasos. Ganaba, siempre ganaba. Si la situación se ponía difícil, una luz celestial me iluminaba a tiempo y lograba timonear el barco en la tempestad. Sabía cómo hacer para no caer en las trampas del desamor. Las mieles de la efectividad me empalagaban, y hasta llegué a seleccionar presas inalcanzables sólo por el hecho de poner a prueba mi método práctico. Hasta el preciso momento en el que comenzaba a ganarme el descalificativo mote de “chamuyero”, todo duró hasta ahí. ¿Fue casualidad?, no sé, quizás. La cuestión es que una de mis presas logró transformarse con tiempo en reina de mis movimientos. Y caí, fui esclavo. Fui un ex galán de telenovelas, pero que aún no había cumplido su contrato. Aún me quedaban por cumplir cuentas pendientes, como por ejemplo levantarme a una mina en un transporte público. Estaba a punto de lograrlo, sin embargo me retiré por propia voluntad y ahí perdí el envión que venía forjando desde la pubertad. Retornar me resultó difícil, pero se logró. A medias tintas, todavía estoy lejos de ser lo que en algún momento fui. ¿Seré lo que en algún momento fui o ya pasó mi tren? Y las oportunidades se me escapan de las manos como agua pura entre mis dedos. Y las chicas me miran en el subte, confundidas, creyendo que aún mantengo ese porte que tenía antes de que ellas me conocieran en la calle. Y no, no puedo, sigo con la cuenta pendiente.

lunes, 10 de mayo de 2010

Otoñando

por Alejandro Bianco

Qué manera de otoñar, Dios mío, qué rápido se hace el otoño por estas latitudes. Llega marzo y todavía estamos livianos y francamente descalzos, pero de repente se sale a la calle y se siente un primer aire fresco y se tiene que desempolvar la primera lana, el primer cierre relámpago, el primer artificio de calor. El otoño es así, está lleno de artificios por donde se lo mire. ¿Qué es la hojarasca sino un montón de basura de más, con el único propósito de entristecernos las veredas? Las hojas secas son la lagaña de los árboles, utilería inútil, porquería color ocre que pronto llenará las hojas canson de los nenes de la primaria.

Al primer fresco lo sigue el segundo, y así indefinidamente. Muy pronto, a las seis de la tarde, en lugar de sol hay una lucecita chatarra que ni siquiera llega a entibiarnos las manos o el asfalto.

Qué manera de otoñar, qué manera de ponernos tristes. Pero aun así, viviríamos otoñando, otoñaríamos sin problemas si no supiésemos que lo que llega después es el invierno, cuando el juego realmente se termina y la ropa ya nos sepulta desde la nariz hasta los pies.

Poema del fútbol



Texto: Walter Saavedra
Voz: Leandro Palazzo
Edición: Emiliano Sansibieri

Far east man

por María Soac

Malabia, Ángel Gallardo, Medrano, Carlos Gardel, Pueyrredón, Pasteur, Callao, Uruguay, Carlos Pellegrini, Florida, Leandro N. Alem.

Leo las estaciones de la línea B, mientras en el auto suenan cantantes melódicos de los '90. Y no me exaspera.

Sólo por esta noche, me olvidé de mi rock & roll y mi postura de mina dura.

Fastidiosa, yo. Pero hoy, no. Hoy había renunciado a mi mecanismo de defensa recurrente: dejé de quejarme, y te escuché.

No voy a revelarte que para mí resultarás el amor de mi vida. Es un poco mucho. Pero dentro de mí, hay fuegos artificiales y en mi lóbulo frontal suena un bolero.

Todo tiene una razón de ser. Por algo hoy estuvimos allí.

No cruzaremos ni la General Paz, pero habremos llegado a cualquier parte.

Resultarás el hombre de mi vida. Sólo preciso que me des un espacio y un poco de tiempo, y una sambita me recordará tu perfume. Y vas a escucharla vos, también.

Nostalgia, nunca más. No habrá subtes ni cantantes melódicos. No hará falta combinar horarios, tiraré mi Guia-T y mis malas ganas, y vas a asumir que resultarás el hombre de mi vida.

Estaré lista para cantarle al mundo. Vas a estar listo para encontrarnos en París.

La vida misma acaecerá. Y dejaremos la materialidad.

Sólo va a quedar un olorcito a septiembre que nos congelará los dedos.

sábado, 8 de mayo de 2010

La primera vez

por Leandro Palazzo

Por primera vez, iba a ir a un cumpleaños de noche. Salió del baño en ropa interior y el olor al perfume que le robó a su padre lo acompañó por todo el trayecto hasta su habitación. Despacio comenzó a ponerse las medias que su mamá le había dejado preparadas arriba de la cama y buscó con la mirada si sus zapatillas preferidas estaban del otro lado de la mesa de luz. Ese jean no le gustaba, pero era el que su madre le elegía para que asista a los cumpleaños. Se lo puso sin rezongar, esta vez le pareció que le quedaba mejor, lo hacía más grande. Al fin y al cabo ya tenía una década cumplida y estaba a punto de cumplir un año más.

Cuando llegó, le abrió el cumpleañero y lo puso en un gran apriete de improvisar un saludo espontáneo que durara un buen rato, cuando en realidad él ya sabía que lo saludaría rápido porque buscaría desesperado si estaba Belén. Un aroma a encierro olfateó cuando cruzó el salón principal de la casa antigua, donde su compañero de la escuela había decido organizar la fiesta. Sin embargo no tardó en aclimatarse cuando vio que lo más divertido estaba afuera.

Globos de colores, grandes parlantes que reproducían en un amplio sonido el tema de la Bersuit que él siempre tarareaba, y una docena de porquerías para comer, de esas que le gustan a los chicos. Un exhaustivo vistazo general le permitió cerciorarse de que no había presencia alguna de personas mayores con autoridad suficiente como para retarlo si ejecutaba alguno de sus infantiles planes. Miró para arriba y comprobó que aquellas luces intermitentes también estaban encima de los árboles como cuando salió de su casa, y cuando bajó la mirada apreció esa muchachita de ojos acristalados. Se paralizó, eran muchas emociones juntas en un breve lapso de tiempo. Se quedó un buen rato observándole de atrás el cabello rubio lacio. Y su corazón le latía tanto más como cuando salió del baño.

No se animó a saludarla, aunque saludó sin demasiado interés a otras chicas. Después entre varios armaron un gran grupo que comenzó a jugar a la mancha corriendo por el parque, y en ese piberío también estaba Belén. Emocionados todos los nenes corrían, de un lado para el otro, y él venía invicto, sin que nadie le pasara la mancha. Hasta que llegó el turno de Belén y el muchacho se estremeció. Aquella rubia jovencita era muy rápida, sobre todo cuando se le ponían las mejillas coloradas. Lo vio, cansada de correr a todos, y él no pudo sostener la mirada. Volvió a paralizarse cuando vio a Belén venírsele encima, con el viento excitado corriéndole por el rostro. Y lo tocó en el pecho.

El cumpleaños terminaba, eran pocos los que aún quedaban. Camionetas y autos se estacionaban en la puerta de la deteriorada mansión vestida de fiesta, y la mayoría de sus compañeritos lo saludaban. Cansado, de tanto correr y jugar en el parque, volvió a mirar para arriba y observó que realmente había tenido un cumpleaños de noche y que no lo había soñado. Cuando bajó la mirada, Belén lo estaba siguiendo. El muchachito se acercó y le clavó los ojos, ella le sonrió. “Hola, estás muy lindo hoy”, le dijo la rubia. Y enamorado, sin decir nada extendió su mano y por el costado le tocó la cola ¡Paf! Qué cachetazo. Le dio vuelta la cara y se fue corriendo, rápido, con todo el viento excitado penetrándole por las ropas. Él parado, apoyado contra una columna para no caerse de lo atontado, vio como ella se alejaba y comprendió que no solo la amaba por su pelo, también adoraba sus manos.