viernes, 7 de mayo de 2010

Little dreams

por Alejandro Bianco

I

Me desperté cuando el sueño se había puesto difícil, intransitable, sin vuelta atrás. En la vida despierta, a veces uno quisiera tener un botón para escaparse de un momento embarazoso que está viviendo y salir propulsado hacia el vacío, no importa dónde, sino solamente desaparecer. En el sueño es fácil, uno se despierta y listo. Son unos segundos de incertidumbre hasta que uno asimila que ya está afuera, que zafó. A mí me salvó despertarme, como a un chico que en el colegio le están por tomar lección y justo suena el ruido evangélico de la campana. Soñaba una situación incómoda, pero no peligrosa. No era una pesadilla. Sin embargo, al despertarme, dije varias veces: “La puta que lo parió”.

II

Un tío de parte de mi mamá (pero mi mamá no tiene hermanos) vive en una casa antigua y me llama telepáticamente. Así es que de repente se me impone la imagen de mi tío sentado en la mesa de su casa, llamándome desde allí, concentrado, con una mano sobre su frente. Sólo mi tío está en mi mente y yo ya no puedo más que ir hasta su casa y escuchar lo que me dice: “Pero ¿cómo? ¿Pensás dejar todo como está, conservarlo todo? ¿No pensás cambiar nada?”. Confundido, me voy de la casa antigua y voy a contarle la historia a mi mamá, quien sólo me responde: “Ah, entonces ya estás al tanto de eso”.

En la casa de mi tío hay sólo una gran mesa en el centro y, sobre ella, he visto un plato hondo con restos de zanahoria. Estoy seguro de que mi tío me quiere, pero también está defraudado o esperando algo de mí.

III

De los sueños que tengo en una noche, probablemente el dos o tres por ciento quede en mi memoria al empezar el día. De los que tuve en mi vida, quedarán diez o quince. Y si pasa ese milagro, si el sueño no se borra, sólo me suele quedar la idea, el recuerdo pálido.

Pero de este no, de este me acuerdo vivamente de la luz, una luz brutal siempre pegada a una persona sin rasgos. La persona y la luz, indistinguibles. Si yo fuera creyente, diría que se me apareció la virgen. Pero suelo ser un tipo terrestre, y esa vez presentí la imagen de otra persona. Me desperté y me encegueció la oscuridad de la casa en que vivía ese verano. Era el mediodía, pero todos dormían. Caminé desanimado por el living. ¡Es mentira que los sueños terminan con el despertador! Al menos, debería ser mentira. Porque el caso es que me dirigí al patio del fondo, al mediodía rotundo, buscando algún sustituto natural para mi luz secuestrada.

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