lunes, 7 de junio de 2010

Vida inteligente

por Alejandro Bianco

Hay algo que no me gusta de las hormigas. Probablemente sea su obsesión por el sistema, por el orden, por la sublime fatalidad de lo cotidiano.

Estoy sentado en el banco de una plaza, sumido en pensamientos inútiles o decorosos, pero de repente despierto, miro hacia abajo y descubro un prolífico mundo de hormiguitas que van de acá para allá, zigzaguean, se chocan, se pierden en sus caminos imaginarios y vuelven a comenzar. ¿Qué quieren?

No están drogadas ni conducen borrachas, sólo son maniáticas de la orden cumplida a vaya a saber uno qué reina gorda y perezosa que vegeta en su hormiguero perfecto, lejos de esos embotellamientos microscópicos. Calculo que nosotros también nos debemos de ver así desde un helicóptero o desde una nube cercana.

No me gusta esa sumisión, ese levantarse cada día y hacer lo que uno tiene que hacer porque se es hormiga y ya.

Pienso si vivir consiste sólo en eso, en ser inteligentes.

Sigo en la plaza. Una de las hormiguitas está acá abajo, soportando el peso desproporcionado de un pedacito de hoja seca. Es de un heroísmo estúpido. Bastaría poner mi zapatilla por encima de ella y raspar la tierra como si estuviera quitando una manchita con mi suela. Y sin embargo, me agarra una especie de pudor sagrado y me quedo duro: la veo irse, borracha de trabajo, bajo el sol de una mañana inteligente.

1 comentario: