martes, 1 de junio de 2010

Reina de living-room

por Alejandro Bianco

Echada en un sillón de mimbre, a las tres de la tarde de un martes, la reina de living-room ojea la Cosmopolitan de hace dos meses, ¿buscando qué?

Llena la mesa del comedor con once o doce frasquitos de cosméticos, pero el chico que le gusta sólo se fijará en “lo gauchita” que se muestre en la cama, cama que ella intentará postergar lo máximo posible. El resto, los cuatro o cinco que sí enloquecen con esas capas de pintura, para ella son pesados y re losers. Sucede que, a diferencia del rey de El Principito, esta sí es una reina con súbditos.

Se burla de Ricardo Fort, pero su máxima utopía pasa por viajar a Miami lo máximo posible, como “el grasa ese”, como quien se hace una escapada al Alto Palermo o a La Salada.

No sabe que alguien le diría que es re grasa decir todo el tiempo “re grasa”.

Levanta las banderas del feminismo y realza la independencia económica de la mujer, pero dejaría todo, carrera y amigas, por una vida de extensiones a la tarjeta de cualquier businessman. Eso sí, futbolista nunca, ojo.

Odia a Cristina por sus carteras, pero también llegará a los cincuenta “pintada como una puerta”, aunque no presidencial.

Sostiene que el mal de este país es que “está lleno de vagos, de negros que no quieren trabajar”, pero ella prefiere seguir viviendo de sus padres ya que dice no estar para un call center o para vender ropa en alguna casa del centro y que la miren todos.

Desde su living, juzga al mundo con la suficiencia de una verdadera reina, una verdadera Reina Reech en el jurado del Bailando.

Su corte son sus papás, su ejército son los veinte soldaditos de plástico con los que juega su hermanito en el piso de su living.

Termina de ojear la Cosmopolitan, termina su imaginación. Dentro de su cuento, ella era Wanda Nara; su príncipe era un yuppie de los años noventa.

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