viernes, 16 de abril de 2010

Juan respiró

por Alejandro Bianco

“Juan salió de su casa, caminó hasta el kiosco y compró chicles”. Esa es la respuesta concreta a la pregunta concreta de la mamá de Juan: “¿Qué hizo Juan recién?”. Así somos, pensamos y sentimos cuando habitamos el mundo de una manera económica. A no llorar: no está tan mal.

Y, sin embargo,

de repente, cuando nos pica la nuca, cuando se nos da por ablandar el gran ladrillo, decimos:

“Juan salió de su casa, paseó su mirada por las copas de los árboles, guardó sus manos en los bolsillos, respiró, caminó hasta el kiosco y compró chicles”.

Tres nuevos hechos irrumpen. ¿Qué pasó? Nada. Pasó que gastamos tiempo y letras en decir o escribir, por ejemplo, “Juan respiró”.

Juan ya no sólo compra chicles: también respira.

¿Nos gustó la imagen? ¿Acaso queremos dar a entender que Juan no es pez ni espantapájaros? ¿Qué avisamos, qué informamos? ¿Que respiró? ¿Es eso informar algo, estamos verdaderamente contando algo? (Si se lo contamos a la mamá de Juan, por ejemplo, nos respondería: “¿Y a mí qué?” o afilaría su ironía: “¡No me digas!”).

Y ni siquiera estamos informando si respiró hondo o cortito, si el aire que aspiró tenía olor a nafta o a caldo de espárragos.

Y, sin embargo,

de repente sentimos que toda nuestra gloria está en meter ese verbo: respiró. Alrededor de él, aparecen un antes y un después. (Fíjense, lean la frase en voz alta; la oración respira en respiró).

Respiró molesta, provoca. Como una piedrita en el zapato de la gente más ocupada, la que busca “la posta”. “¿Y? Juan también tiene dos piernas y sus orejas son pequeñas”, protestan. Y luego parpadean.

Y a nosotros no nos preocupa. (Por el contrario, a la mamá de Juan : mientras parloteamos, se le termina el crédito de Claro y, de paso, se apiada de nosotros). No nos preocupa la importancia de los hechos: escribimos para ver las cosas de otro modo, el modo que sea, y punto. Juan respiró, y punto. Pero no final sino punto seguido: porque ahora resulta que también tiene dos piernas.

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